Columna de Alemka Tomicic | Todo va muy rápido: IA generativa y psicoterapia

De tanto en tanto, recuerdo que aquello que hoy me parece tan natural —intuitivo, como se dice—, no estaba ahí a fines de los 1970, mi década de nacimiento. No me refiero a la radio o a la televisión, ni a la lavadora eléctrica, como alguna vez me preguntó mi hija menor, quien con seguridad imaginaba que había compartido algo de mi existencia con el Paleolítico. Tengo que recordarme que a mediados de 1980 llegó el primer computador a la casa de mis padres, el modelo ATARI 800XL, que quedaba rápidamente abandonado porque el sistema de casetera para cargar los juegos electrónicos –Pacman, Space, Tetris-, era lento y fallaba casi siempre, dándole la ventaja a las bicicletas, a la calle y a la pandilla de amigos y amigas del barrio. Décadas después aparecieron los teléfonos móviles, el correo electrónico y el sistema de mensajería MSN Messenger; me refiero a fines del siglo XX e inaugurando el siglo XXI. Ya por ese entonces, y a mis dulces veintitantos, los avances tecnológicos parecían dejar de ser asombrosos. No solo avanzábamos de manera acelerada en los cambios asociados al desarrollo del mundo computacional, sino también en la transición hacia un mundo digital: los cassettes daban paso a los CDs, el VHS al DVD, y la fotografía analógica con rollos a las cámaras digitales. Toda esa información se transformaba en bits y pasaba a almacenarse en la nube, dondequiera que esta se encontrara. Por todo esto es que no me sorprende del todo que lo que siguió se haya instalado en nuestro día a día de manera tan pervasiva y como si siempre hubiese estado ahí. A veces, con extrañamiento, nos preguntamos cómo es que lo hacíamos antes sin internet, sin la comunicación inmediata —y demandante— que instala el WhatsApp y los vistos; y sin las redes sociales, que hoy llamamos así, totalizantes, sin clarificar su carácter acotado al mundo digital. Por eso, tampoco me llama la atención que, por ejemplo, mi cuñada de ochenta y un años nos pida ayuda los domingos de almuerzo familiar para resolver sus tareas del curso de mente activa, y que ella no se admire tanto, ni del todo diría, cuando acudimos, sin pensarlo mucho, a ChatGPT para resolver los desafíos de ingenio que debe presentar temprano los días lunes. Esperamos con ansias sus tareas y disfrutamos, diría yo, con esta trampa que nos obliga a hacer prompts cada vez más precisos. Y sucede que en la misma reunión familiar, conversando sobre los alcances de la IA y su potencial de reemplazo de las actividades humanas, mi hija mayor nos demuestra de manera brutal, a mi marido y a mí —ambos psicólogos—, que lo nuestro se halla también bajo la amenaza de lo reemplazable. Muchas de sus compañeras usan ChatGPT como consejero o psicoterapeuta; incluso le dan un nombre y, en apariencia, establecen una relación de conocimiento mutuo y de valor terapéutico. La versión de IA que emplean no es de pago, por cierto, mucho más accesible que un o una psicoterapeuta del mundo real, si es que acaso podremos mantener mucho tiempo más esta distinción. La película Her, en 2013, de alguna manera ya había anticipado este futuro en el que las personas pueden, eventualmente, establer vínculos afectivos con inteligencias artificiales que aparentan conciencia y cercanía emocional, en un contexto de ansias de conexión, en sociedades caracterizadas por la soledad y el aislamiento. Mi hija, no hizo más que recordárnoslo: con IA como ChatGPT, nos acercamos —si es que no estamos ya— al escenario en que las tecnologías ofrecen compañía, apoyo y conversación, en ausencia de otros y otras reales. En varios artículos del Harvard Business Review, el autor Marc Zao-Sanders, escritor y pensador en el área de tecnología educativa, desarrolla su particular interés en la IA  aplicada al aprendizaje continuo en las organizaciones. En ellos se ha preguntado, por ejemplo, en qué trabajos los seres humanos conservan aún la ventaja frente a las IA, mencionando aquellos que se desenvuelven en los ámbitos de las emociones, de la complejidad, de la presencia física y de la creatividad. Al menos tres de cuatro para la psicología, pienso para mi tranquilidad. Por otro lado, en uno de sus artículos más recientes, sobre cómo es que las personas están empleando realmente las IA generativas, nos enseña seis categorías de uso: personal y de apoyo profesional, creación de contenido y edición, aprendizaje y educación, asistencia técnica y resolución de problemas, creatividad y recreación, e investigación, análisis y toma de decisiones. He aquí lo extraordinario, y tal vez lo preocupante. Digo, todo va muy rápido nuevamente. Mientras que en el 2024 los usos frecuentes de la IA generativa se distribuían entre esta diversidad de categorías, los tres primeros usos más frecuentes en 2025 se concentran en la categoría de personal y apoyo profesional. Esto quiere decir que, entre los norteamericanos y norteamericanas, el uso de IA generativa se destina, principalmente, a terapia y compañía, a la organización de la vida, y a la búsqueda de un propósito vital. La psicoterapia, la práctica moderna que se orienta a ofrecer ayuda, entre otras, para organizar y dar sentido a la vida, requiere de un o una psicoterapeuta que pueda establecer una conexión emocional, una aproximación y comprensión de la complejidad, y por sobre todo, un pensamiento creativo. Estas son las habilidades en las que supuestamente mostrábamos ventajas. ¿Qué significan estos hallazgos de Zao-Sander, entonces, en términos de la relación entre ventajas y desventajas relativas entre los humanos y la IA? ¿Qué implican para las personas que buscan, y tal vez encuentran como única oportunidad ayuda terapéutica en IA generativa? No quisiera cerrar la discusión con una respuesta, aunque quienes trabajamos profesionalmente y en investigación en psicoterapia, debiéramos tener prisa. El uso de IA generativas como apoyo terapéutico, así como lo fueron otras herramientas antes, pareciera naturalizarse de manera acelerada y, eventualmente, podrían hacerlo también sus costos en términos éticos y de resultados. Dr. en Psicología, Profesora Titular Facultad de Psicología UDP Directora de Escuela de Psicología Investigadora del

See more

Columna de Alemka Tomicic en El País: “Estrés político y la opción de dejar de enterarse”

Hace poco se me ocurrió comenzar la clase del curso de investigación que dicto todos los primeros semestres a estudiantes de tercer año de Psicología, leyendo una columna de actualidad nacional para estimular una conversación en la que pudiesen compartir sus diferentes visiones y debatir respetuosamente sobre estas. No recuerdo muy bien cómo fue que mis preguntas se dirigieron hacia la manera en que se informaban sobre lo que ocurría en el mundo y el país. Al poco andar, aprendí que no leían la prensa ni veían noticieros. Ni ellos ni sus familias, y menos aún discutían sobre esto. Déjenme aclarar algo. Mis estudiantes son jóvenes inteligentes, personas curiosas intelectualmente que se encuentran hoy pensando en problemas y preguntas de investigación de relevancia, sensibles a los requerimientos de la sociedad actual. No se trataba entonces de indiferencia, por lo que mi pregunta obvia, tal vez la más sencilla y la más importante, fue “¿por qué?”, ¿cómo se explicaba esta aparente falta de interés? La respuesta, aunque expresada de diferentes maneras, fue consistente: la situación política mundial y nacional no era más que desesperanza. No es ninguna novedad que la democracia y el valor de lo público, ya sea en Chile, en nuestros países vecinos, Norteamérica o Europa (solo por nombrar las regiones del mapa mundial de las que recibimos más información) ha experimentado un deterioro ostensible o un franco retroceso. Esto que vemos desde lejos y con cierto asombro en las políticas del presidente de los Estados Unidos, lo apreciamos también en casa en el debilitamiento de derechos y de la probidad de las instituciones. En este escenario, por supuesto que entiendo y, por momentos, comparto la desesperanza. ¿Pero solo se trata de eso? ¿Por eso dejamos de enterarnos? Zara Abrams, una investigadora norteamericana, plantea que el estrés político, puede ser una forma específica de estrés crónico, que se explica por un entorno político —y eventos relacionados— en que las personas perciben que, en términos globales, se encuentran amenazadas la paz y la seguridad social. Esta forma de estrés, señala Abrams y otros, puede ser expresada en preocupación, tristeza, desesperanza, indignación, malestar, ira y frustración. Todo esto es experimentado de manera individual, sin embargo, lo cierto es que, aunque no nos demos cuenta, el estrés político es una experiencia colectiva. Basta con preguntar para comprobarlo. Algunos ejemplos de esta forma de estrés son la preocupación por los resultados de elecciones y cómo estos se traducirán en cambios en la vida de las personas; los procesos de conflictos intergrupales y divisiones sociales (polarización); la exposición permanente a noticias en redes sociales y medios que intensifican conflictos y difunden fake news; y sentimientos de impotencia ante sistemas y estructuras políticas inalcanzables y que operan lejos de los intereses de la ciudadanía. De ahí que el estrés político no solo es una reacción a eventos puntuales, sino que da cuenta de un acumulado de experiencias en esta esfera fundamental de nuestra vida social, las que adquieren un carácter crónico, y que se pueden traducir en una evitación activa de estar al tanto de lo que sucede, como mis estudiantes. Y se entiende, ¿no? ¿Qué hacer? Siempre el riesgo con la psicología es la promoción de soluciones exclusivamente individuales; en este caso, sería algo así como que el remedio es peor que la enfermedad. Lo que señala la literatura, por supuesto, incluye acciones que podemos hacer a solas: regular nuestra exposición a las noticias, leerlas más que verlas, y ser selectivas y selectivos con los medios; también ejercitar ver el cuadro más amplio, que no es lo mismo que forzarnos a pensar positivo, más bien es esto que llamamos cultivar el pensamiento crítico. Pero, por sobre todo, la solución es justamente colectiva y, hasta cierto punto, política, aunque no necesariamente partidista. Esto quiere decir fortalecer espacios de discusión sobre el acontecer –como la sobremesa, la sala de clases, los recesos entre clases, el lugar de trabajo, los momentos con amigos y amigas— y buscar formas de involucrarse políticamente de manera creativa y constructiva. ¿Por qué es esto importante? Pues, no solo porque estas estrategias permiten manejar el estrés político, sino —más relevante aún— porque, si no lo manejamos, nos sustraemos de la realidad social, de nuestros compromisos cívicos, y dejamos de ofrecer resistencia a prácticas que erosionan el pacto democrático y de respeto de derechos que hemos establecido como sociedad. Columna publicada en El País el 24 de junio de 2025.

See more

Alex Behn en Gaceta digital de la Patagonia: El entorno como clave terapéutica en la salud mental

La presentación de Alex Behn en la III Conferencia Internacional del CHIC, ofreció una mirada clínica, territorial y ética de la psicología, que resituó la salud mental como un fenómeno radicalmente vinculado a la calidad del entorno en que se vive, a la pertenencia cultural y a las condiciones estructurales de las comunidades.  Durante la III Conferencia Internacional “Filosofías, Educación y Éticas para la Conservación Biocultural”, organizada por el Centro Internacional Cabo de Hornos en Puerto Williams, el psicólogo clínico y Doctor en Psicología de la Universidad de Columbia, Alex Behn, profundizó en la necesidad de vincular salud mental y conservación biocultural desde una comprensión situada de las personas en sus contextos. “La salud mental hace mucho tiempo que ya no es el resultado de un proceso que viene solamente desde adentro de las personas”, afirmó el académico e integrante del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Según explicó, el bienestar psicológico debe entenderse como un fenómeno emergente de la interacción entre vulnerabilidades individuales y condiciones estructurales, sociales, ambientales y culturales.  Behn cuestionó los paradigmas clínicos que aíslan a los sujetos de su entorno. “La salud mental está absolutamente proyectada hacia nuestro entorno, y vuelve también desde nuestro entorno. Es igualmente posible que alguien desarrolle una depresión por una vulnerabilidad genética heredada como por una condición de vida cotidiana, como un sistema de transporte deficiente o la falta de áreas verdes”, sostuvo. En este marco, principios como la conservación biocultural —que abogan por una relación equilibrada y respetuosa con el entorno— permiten no sólo comprender el origen de muchos malestares psicológicos, sino también trazar caminos colectivos de recuperación y cuidado. Sufrimiento indígena y trauma estructural Uno de los puntos más críticos de su intervención abordó la situación de salud mental en los pueblos indígenas, especialmente en la Región de La Araucanía. Behn expuso cómo el modelo de “estrés de minorías” permite comprender la alta prevalencia de trastornos como depresión, ansiedad y consumo de sustancias entre las poblaciones originarias que viven bajo contextos de violencia histórica y estructural. “La Araucanía es la región de Chile con mayor número de intentos suicidas, particularmente en mujeres y personas jóvenes”, afirmó. Esta realidad, dijo, no puede disociarse de los “estresores ambientales crónicos” que enfrentan estas comunidades, como la constante presencia militar, la estigmatización cultural y la discriminación sistemática. Si bien destacó que una identidad indígena fuerte puede ser un factor protector frente al sufrimiento psicológico, Behn advirtió que ese resguardo puede verse neutralizado cuando la violencia estructural se vuelve demasiado intensa y sostenida. “Por más que proteja de la soledad o de la dificultad, no es suficiente cuando los estresores y la violencia son como son en este momento en algunas regiones de nuestro país”. Soberanía sanitaria e integración de saberes Más allá del diagnóstico, el investigador propuso una salida que articula saberes ancestrales y prácticas modernas de salud mental, abogando por una “soberanía sanitaria” que permita a los pueblos definir sus propias formas de cuidado y recuperación. “La respuesta a esa enfermedad no es solamente una intervención clínica, psiquiátrica o médica, sino que también hay saberes ancestrales que son patrimonio de los pueblos indígenas”, enfatizó. Para Behn, no se trata de oponer mundos, sino de imaginar alianzas terapéuticas que respeten y fortalezcan las formas tradicionales de vinculación con el entorno, especialmente aquellas que reconocen a la naturaleza como un otro significativo y protector. “¿Cómo podemos aprender nosotros, los más urbanos, los más occidentales, a relacionarnos con nuestro medio ambiente de una forma que haga que la naturaleza sea un otro semejante, y que yo me pueda sentir acompañado siempre?”, se preguntó. En este sentido, el psicólogo destacó el potencial de la conservación biocultural como un marco ambiental, y como un paradigma profundamente terapéutico. “La conservación biocultural es una manera de enfrentar y contener a largo plazo los conflictos interculturales que producen estrés y enfermedad”. Fuente: Gaceta digital de la Patagonia, publicado el 15 de mayo.

See more