Salud Mental al Día: Hábitos saludables que fortalecen tu salud mental

En un mundo que avanza a pasos agigantados, donde la conexión digital a menudo eclipsa el autocuidado, la salud mental emerge como un pilar fundamental del bienestar. Aunque tradicionalmente se ha asociado a factores genéticos o experiencias de vida, la ciencia moderna propone que los hábitos tienen un impacto profundo en el estado mental. En un nuevo capítulo de Salud Mental al Día, la psicóloga e investigadora principal del Instituto Milenio para la Investigación de la Depresión (MIDAP), Paula Errázuriz, detalla cómo la incorporación de prácticas saludables puede ser una estrategia preventiva y de apoyo para la salud mental. Históricamente, la salud mental se ha circunscrito casi exclusivamente al cerebro. Sin embargo, la investigación actual demuestra que la complejidad del bienestar psicológico va mucho más allá. «La gran mayoría de los receptores de serotonina, cruciales para regular el ánimo, se encuentran en el intestino, no en el cerebro». Los cuatro pilares del bienestar En la vida moderna, hábitos menos saludables como una menor exposición a la luz solar, menor actividad física y un elevado consumo de alimentos ultraprocesados se han vuelto más comunes. La realidad en Chile revela una alta tasa de sedentarismo, convirtiéndose en un catalizador de problemas de salud mental. El primer pilar es el movimiento. No se trata solo de hacer ejercicio intenso, sino de integrar la actividad física en la rutina diaria. «Cualquier cosa que tenga que ver con tener nuestro cuerpo activo es beneficiosa», afirma Errázuriz. Desde subir escaleras en lugar de usar el ascensor hasta bajarse unas estaciones antes del transporte público para caminar. De acuerdo con la especialista, el impacto del movimiento es multifacético: disminuye la ansiedad, mejora el ánimo, y ayuda a clarificar la mente. Para quienes trabajan largas horas frente al computador, las «pausas activas» con estiramientos y caminatas cortas no solo benefician el cuerpo, sino que ofrecen un respiro mental que permite reconsiderar prioridades y manejar el estrés.  Meditación, descanso y agradecimiento El segundo y tercer pilares son la alimentación y el descanso. En cuanto a la alimentación, la recomendación es simple: consumir alimentos lo menos procesados posible, priorizando frutas, verduras y granos integrales. La «microbiota» intestinal, ese universo de bacterias, ha demostrado tener un rol crucial en la salud mental, consolidando la máxima de que «somos lo que comemos». Por otro lado, una mala calidad de sueño afecta el ánimo, la tolerancia y las relaciones. Evitar cafeína y alcohol antes de dormir, crear un ambiente oscuro y fresco en la habitación, y establecer rutinas de sueño son prácticas esenciales. El cuarto pilar, los hábitos mentales, es quizás el más novedoso y fascinante. Se centra en la atención plena (mindfulness) y la autocompasión. La atención plena, practicada a través de la meditación formal o informal que entrena la mente para enfocarse en el presente. Esto permite reconocer emociones, evadir pensamientos negativos y una toma de decisiones más conscientes. «Meditar es observar lo que pasa en tu mente y entrenarla para volver al foco», aclara Errázuriz. Además, la autocompasión implica tratarse a sí mismo con amabilidad, evitando el diálogo interno destructivo. Finalmente, el agradecimiento es un potente hábito mental: buscar activamente las cosas positivas de la vida, incluso las más pequeñas, complementa el reconocimiento de las dificultades y potencia el bienestar emocional. Revista la entrevista completa a continuación:

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Salud Mental al Día: Cómo acompañar a quienes enfrentan la pérdida por suicidio

El suicidio es una de las consecuencias más complejas de los problemas de salud mental y suele impactar en el entorno de la persona fallecida. En este sentido, un abordaje poco conocido, pero fundamental, es la postvención del suicidio. Se trata de acciones que buscan acompañar a personas, familias y comunidades afectadas por la muerte de una persona cercana. En un nuevo capítulo de Salud Mental al Día, el investigador de la Universidad San Sebastián y del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP), Álvaro Jiménez Molina, explica que la idea postvención está poco instalada incluso entre profesionales de la salud. «Así como existe la prevención, es decir, un conjunto de acciones para anticipar, evitar, prevenir que ocurra un desenlace como el suicidio, existe la postvención», señala Jiménez. Impacto expansivo del suicidio El impacto de un suicidio es sorprendentemente amplio. Evidencia internacional sugiere que entre 1 de cada 20 personas se verá expuesta a una muerte por suicidio a lo largo de su vida, y entre 6 y 130 personas por cada suicidio se verán afectadas de manera profunda. Esta «ola expansiva» trasciende la esfera familiar, llegando a compañeros de trabajo, comunidades educativas e incluso el público en general, especialmente en casos de figuras públicas. «Uno de los riesgos del suicidio es verse expuesto a otros suicidios. Ahí también es necesario el acompañamiento», recomienda el investigador. Jiménez destaca que el duelo por suicidio es particularmente complicado y tiende a durar mucho más que otros tipos de duelo. No todas las personas expuestas a un suicidio vivirán un duelo profundo, pero aquellas que sí a menudo enfrentan un proceso complejo marcado por la culpa, la rabia y el estigma. La pregunta «qué he perdido de mí mismo con la pérdida del otro» se vuelve central, junto con la constante búsqueda de respuestas a un suceso que, por su naturaleza, deja muchas incógnitas. Desafíos y soluciones en la postvención en Chile El suicidio aún está rodeado de un fuerte estigma cultural, con raíces históricas que lo consideraban un pecado. Esto lleva a una invisibilización y silenciamiento del tema, afectando directamente a los «sobrevivientes» (personas en duelo por suicidio), quienes a menudo se retraen y se aíslan. Esta soledad aumenta la vulnerabilidad y el riesgo de problemas de salud mental. Además, el duelo por suicidio a menudo se combina con estrés postraumático, manifestándose en pesadillas, pensamientos intrusivos, hipervigilancia y una sensación de irrealidad inicial, seguida de culpa y rabia. Estas emociones intensas y contradictorias dificultan el proceso. Frente a este escenario, la «postvención activa» busca anticiparse y contar con protocolos claros para actuar oportunamente. Para abordar esta necesidad, MIDAP ha publicado la guía de recomendaciones ESTAR para la postvención del suicidio. Si tú o alguien que conoces necesita ayuda profesional, la línea *4141 no solo atiende crisis suicidas, sino también llamadas de personas que buscan un espacio para conversar. Revisa la entrevista completa a continuación:

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Salud Mental al Día: VIH y salud mental, cómo enfrentar el estigma y la discriminación

La lucha contra el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) ha avanzado significativamente en las últimas décadas. Sin embargo, en Chile, hay un tema pendiente: la salud mental de las aproximadamente 100 mil personas que viven con el virus. En un nuevo capítulo de Salud Mental al Día, el psicólogo y estudiante doctoral de MIDAP, Cristián Ortega, subraya la urgencia de abordar esta dimensión. «La manera en que se ha enfocado el VIH, como primera respuesta, siempre ha sido desde un lugar biomédico, lo que está perfecto porque necesitamos que las personas vivan, pero toda la parte de salud mental y los aspectos más psicosociales han quedado en segundo plano». «Vivir con VIH es otra capa que queda en opresión, otra característica identitaria que queda en opresión. Si le sumamos clase social, si le sumamos etnia, podemos hacer un barrido de varias capas de identidad o de aspectos de la identidad que quedan en opresión. Eso ya genera presión sobre el sujeto», detalla el psicólogo de la Universidad de Concepción. Urgencia en prevención y salud sexual integral De acuerdo con Ortega, una de las consecuencias más alarmantes de la «normalización» del VIH es el declive de las campañas de prevención. Esto ha llevado a un aumento en las conductas de riesgo, especialmente entre la población joven, que percibe el VIH como una enfermedad «controlada» y menos letal. La carencia de educación sexual integral en Chile es un factor crucial en este escenario. Ortega enfatiza que el VIH es solo «la punta del iceberg» de un problema mayor. «Todavía sigue siendo un tabú hablar de sexo en el 2025″. Esta brecha deja a adolescentes y jóvenes expuestos a información de baja calidad, mitos y prácticas sexuales sin la debida precaución. Las estadísticas actuales muestran que la mayor concentración de nuevos diagnósticos de VIH se da entre los 18 y 34 años. Sin embargo, también se observa un preocupante aumento en adultos mayores de 65 años y una constante invisibilización de las mujeres en las políticas de salud sexual y VIH, quienes enfrentan un estigma aún mayor. Un llamado a la acción integral Cristián Ortega subraya que la respuesta a los problemas de salud mental en personas con VIH debe ser dual: preocuparse por los síntomas individuales, cuya prevalencia es alta, pero también trabajar en la resignificación social y cultural del VIH. En este contexto, el papel de organizaciones como Savia, Chile Positivo y el Círculo de Apoyo Positivo, juega un importante rol en las estrategias creativas y efectivas, como los grupos de pares, para abordar los impactos psicológicos y acompañar a las personas con VIH. La investigación doctoral de Cristián Ortega busca precisamente arrojar luz sobre estas realidades. A través de estudios cuantitativos y cualitativos, busca comparar la calidad de vida, síntomas depresivos y uso de sustancias en hombres que tienen sexo con hombres con y sin VIH, incluyendo experiencias con el diagnóstico y barreras de acceso a la salud mental. Revisa el capítulo completo a continuación:

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Salud Mental al Día: Qué es el mindfulness y su impacto en la salud mental

En Salud Mental al Día, el investigador del Instituto Milenio MIDAP, Sebastián Medeiros, explica los orígenes y aplicaciones de la práctica milenaria que hoy se integra en la medicina para combatir el estrés, la ansiedad y la depresión. El mindfulness, o atención plena, es una práctica milenaria que ha ganado una relevancia significativa en el ámbito de la salud mental en las últimas décadas. El médico psiquiatra e instructor de mindfulness, Sebastián Medeiros, investigador adjunto de MIDAP, destaca sus beneficios y aplicación en el tratamiento de diversos trastornos. De acuerdo con el investigador, esta práctica se define como la capacidad de «traer la atención a la experiencia del momento presente y relacionarnos con esa experiencia de una manera gentil, curiosa y amable». Esto es, no «poner la mente en blanco», sino de ser conscientes de volver al «aquí y ahora». Históricamente, el mindfulness tiene raíces profundas en tradiciones contemplativas orientales, como el budismo, donde se ha refinado durante miles de años como una técnica de entrenamiento mental. Sin embargo, su incursión en el ámbito de la medicina y la psicoterapia occidental es más reciente, datando de finales de los años 70. Beneficios y aplicaciones en la salud mental Los beneficios de esta práctica son amplios y se extienden más allá de la simple relajación. Al entrenar la atención plena, las personas pueden desarrollar una mayor conciencia de sus patrones mentales y emocionales, lo que les permite responder de manera más hábil a las situaciones estresantes. Esto es particularmente relevante en el contexto de la salud mental. Medeiros explica que muchos trastornos psiquiátricos, como la depresión y la ansiedad, tienen como base una mente que divaga, se fusiona con pensamientos negativos y evita emociones difíciles. En pacientes con depresión, el mindfulness ayuda a reconocer la rumiación y la autocrítica, ofreciendo una vía para desidentificarse de estos pensamientos y conectar con las emociones subyacentes. Para personas con desregulación emocional o antecedentes de trauma, las prácticas de mindfulness pueden adaptarse en duración e intensidad, priorizando la seguridad y la gradualidad en la conexión con la experiencia interna. Medeiros, como instructor, utiliza el mindfulness en intervenciones como el programa MBSR, diseñado para aliviar el sufrimiento en personas con enfermedades crónicas y estrés, y la Terapia Cognitiva Basada en Mindfulness (MBCT). Estos programas suelen durar ocho semanas e incluyen sesiones grupales y prácticas en casa, con el objetivo de que las personas aprendan a usar estas herramientas frente a patrones automáticos de reactividad. Para aquellos interesados en adoptar un estilo de vida basado en mindfulness, Medeiros aconseja buscar instructores con una sólida formación y una larga historia de práctica personal. Aunque existen aplicaciones y recursos digitales, la interacción con un instructor experimentado es invaluable para guiar a las personas a través de las distintas capas de la práctica y asegurar un proceso seguro y profundo. Revisa la entrevista completa a continuación:

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Salud Mental al Día: Desafíos y riesgos de la salud mental en la vida universitaria, entrevista a Juan Pablo Pinto

La presión académica, la adaptación sociocultural y las secuelas de la pandemia han generado un complejo escenario para la salud mental de los universitarios. El psicólogo Juan Pablo Pinto advierte sobre el creciente fenómeno de la automedicación con psicofármacos como una respuesta a estas problemáticas. Un panorama preocupante afecta la salud mental de los estudiantes universitarios en Chile. La evidencia y diversos estudios, especialmente tras la pandemia, confirman una agudización en la sintomatología asociada a trastornos de salud mental en la población joven. Esta situación se ve impulsada por factores como la alta exigencia académica, nuevas tensiones de adaptación cultural y una creciente «omnipresencia farmacológica» en la sociedad chilena. Para entender este fenómeno, en un nuevo capítulo de Salud Mental al Día, el psicólogo clínico e investigador doctoral del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP), Juan Pablo Pinto, se refirió a las prácticas de la automedicación y cómo influyen en el contexto universitario. La salud mental en la educación superior Según el especialista, el declive de la salud mental durante la etapa universitaria tiene raíces tanto en la población general como en el ecosistema universitario específico. «Claramente, según la evidencia y varios estudios post-pandemia, la sintomatología de salud mental, tanto en la población universitaria como escolar también, y la población chilena en general, se agravó«. Entre los factores estresores, la democratización en el acceso a la educación superior, si bien es un avance en equidad, ha traído «nuevas tensiones de adaptación a un contexto universitario, no solamente a una exigencia académica, sino también a una exigencia cultural». Los trastornos más frecuentes entre los universitarios chilenos son los del ánimo, como la depresión, junto con altos índices de trastornos de ansiedad y un notorio aumento en el diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Una respuesta farmacológica Ante este escenario de malestar, ha surgido con fuerza la automedicación con psicofármacos. Pinto distingue dos prácticas principales: el uso para la «modulación emocional» o gestión del malestar psíquico, y una tendencia en alza conocida como «neuroenhancement» o neuropotenciamiento cognitivo. Este último consiste en «usar el fármaco para potenciar ciertas capacidades innatas como atención, memoria o vigilia», explica el psicólogo. El metilfenidato, comúnmente recetado para el TDAH, es uno de los psicofármacos más utilizados para este fin, especialmente en carreras y universidades de alta exigencia. Las motivaciones detrás de estas prácticas son variadas y complejas. Van desde mejorar la «performance social» e integrarse, hasta poder sostener la atención en una clase o estudiar en casa. «Pareciera ser que los beneficios prácticos y automáticos de la automedicación parecen sobrepasar los dilemas éticos en relación al riesgo», reflexiona Pinto. El acceso a estos fármacos se ha extendido a mercados informales como ferias, internet y redes de contactos, facilitando su consumo sin prescripción médica. La «cultura del cuidado» entre pares La automedicación conlleva serios peligros, como la dependencia, el riesgo de superar el umbral toxicológico del organismo y la posibilidad de adquirir fármacos adulterados. Sin embargo, el investigador de MIDAP destaca un matiz interesante: la existencia de «cuidados dentro del riesgo». Pinto describe cómo, en un acto de cuidado informal, un estudiante puede ofrecerle un fármaco a un compañero que percibe con altos niveles de angustia o nerviosismo ante una prueba. «Es una práctica riesgosa, es una práctica informal, pero no quita que cierto estudiante perciba a un compañero o compañera pasándola mal (…) y como cuidado le ofrece un fármaco«. Frente a esta crisis, las universidades han implementado dispositivos de apoyo y semanas de receso. No obstante, Pinto considera crucial que el estudiantado tenga una mayor capacidad de agencia. «No solamente un dispositivo desde la escuela o desde la dirección, sino algo más bien mancomunado con el estudiantado, que sí son los que saben lo que le pasa efectivamente». Fuente: Cooperativa Ciencia

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Con programa sobre relaciones de pareja y salud mental comienza la segunda temporada de “Salud mental al día” en Cooperativa Ciencia

La académica de la Escuela de Psicología UC e investigadora adjunta de MIDAP, Diana Rivera, fue la encargada de iniciar la segunda temporada de “Salud mental al día”, programa que realiza MIDAP junto a Cooperativa Ciencia. En este primer capítulo, “Estrés, empatía y terapia en la vida en pareja”, Diana conversó sobre los estresores y cómo estos afectan a la salud mental y la vida en pareja.  “Un estresor es una condición que amenaza o coloca en tensión, donde las personas –y los seres vivos en general– sufren una presión y ponen al máximo en acción sus capacidad y, en ese sentido, las personas se sienten excedidas por estas presiones que pueden ser físicas, emocionales, económicas, políticas, contextuales”, señaló. Sobre los estresores, se identifican algunos como la cesantía, los bajos sueldos y el endeudamiento. La investigadora señaló que es importante distinguir dos dimensiones: la objetiva –en la que, efectivamente, el dinero no alcanza para cubrir las necesidades de la persona, la pareja o la familia–, y la subjetiva –cuando no se cumplen las propias expectativas respecto de las necesidades, o bien, la persona considera que debería recibir más por el trabajo que realiza o vivir de una forma distinta.  Hablar con la pareja, explica Rivera, es indispensable. En el Fondecyt que actualmente desarrolla han identificado que “en relaciones heterosexuales los hombres suelen hablar muy poco del estrés y se lo callan. Efectivamente, se privan de dos cosas: de aliviarse con la conversación con la pareja y, por otro lado, de la búsqueda de alternativas, de ser ayudados, contenidos y poder desplegar todas las posibilidades que puede tener la familia para ayudar. Por lo general los hombres callan, eso sucede por la (falta de) educación emocional”.  Revisa la entrevista completa a continuación:

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Columna de Alemka Tomicic | Todo va muy rápido: IA generativa y psicoterapia

De tanto en tanto, recuerdo que aquello que hoy me parece tan natural —intuitivo, como se dice—, no estaba ahí a fines de los 1970, mi década de nacimiento. No me refiero a la radio o a la televisión, ni a la lavadora eléctrica, como alguna vez me preguntó mi hija menor, quien con seguridad imaginaba que había compartido algo de mi existencia con el Paleolítico. Tengo que recordarme que a mediados de 1980 llegó el primer computador a la casa de mis padres, el modelo ATARI 800XL, que quedaba rápidamente abandonado porque el sistema de casetera para cargar los juegos electrónicos –Pacman, Space, Tetris-, era lento y fallaba casi siempre, dándole la ventaja a las bicicletas, a la calle y a la pandilla de amigos y amigas del barrio. Décadas después aparecieron los teléfonos móviles, el correo electrónico y el sistema de mensajería MSN Messenger; me refiero a fines del siglo XX e inaugurando el siglo XXI. Ya por ese entonces, y a mis dulces veintitantos, los avances tecnológicos parecían dejar de ser asombrosos. No solo avanzábamos de manera acelerada en los cambios asociados al desarrollo del mundo computacional, sino también en la transición hacia un mundo digital: los cassettes daban paso a los CDs, el VHS al DVD, y la fotografía analógica con rollos a las cámaras digitales. Toda esa información se transformaba en bits y pasaba a almacenarse en la nube, dondequiera que esta se encontrara. Por todo esto es que no me sorprende del todo que lo que siguió se haya instalado en nuestro día a día de manera tan pervasiva y como si siempre hubiese estado ahí. A veces, con extrañamiento, nos preguntamos cómo es que lo hacíamos antes sin internet, sin la comunicación inmediata —y demandante— que instala el WhatsApp y los vistos; y sin las redes sociales, que hoy llamamos así, totalizantes, sin clarificar su carácter acotado al mundo digital. Por eso, tampoco me llama la atención que, por ejemplo, mi cuñada de ochenta y un años nos pida ayuda los domingos de almuerzo familiar para resolver sus tareas del curso de mente activa, y que ella no se admire tanto, ni del todo diría, cuando acudimos, sin pensarlo mucho, a ChatGPT para resolver los desafíos de ingenio que debe presentar temprano los días lunes. Esperamos con ansias sus tareas y disfrutamos, diría yo, con esta trampa que nos obliga a hacer prompts cada vez más precisos. Y sucede que en la misma reunión familiar, conversando sobre los alcances de la IA y su potencial de reemplazo de las actividades humanas, mi hija mayor nos demuestra de manera brutal, a mi marido y a mí —ambos psicólogos—, que lo nuestro se halla también bajo la amenaza de lo reemplazable. Muchas de sus compañeras usan ChatGPT como consejero o psicoterapeuta; incluso le dan un nombre y, en apariencia, establecen una relación de conocimiento mutuo y de valor terapéutico. La versión de IA que emplean no es de pago, por cierto, mucho más accesible que un o una psicoterapeuta del mundo real, si es que acaso podremos mantener mucho tiempo más esta distinción. La película Her, en 2013, de alguna manera ya había anticipado este futuro en el que las personas pueden, eventualmente, establer vínculos afectivos con inteligencias artificiales que aparentan conciencia y cercanía emocional, en un contexto de ansias de conexión, en sociedades caracterizadas por la soledad y el aislamiento. Mi hija, no hizo más que recordárnoslo: con IA como ChatGPT, nos acercamos —si es que no estamos ya— al escenario en que las tecnologías ofrecen compañía, apoyo y conversación, en ausencia de otros y otras reales. En varios artículos del Harvard Business Review, el autor Marc Zao-Sanders, escritor y pensador en el área de tecnología educativa, desarrolla su particular interés en la IA  aplicada al aprendizaje continuo en las organizaciones. En ellos se ha preguntado, por ejemplo, en qué trabajos los seres humanos conservan aún la ventaja frente a las IA, mencionando aquellos que se desenvuelven en los ámbitos de las emociones, de la complejidad, de la presencia física y de la creatividad. Al menos tres de cuatro para la psicología, pienso para mi tranquilidad. Por otro lado, en uno de sus artículos más recientes, sobre cómo es que las personas están empleando realmente las IA generativas, nos enseña seis categorías de uso: personal y de apoyo profesional, creación de contenido y edición, aprendizaje y educación, asistencia técnica y resolución de problemas, creatividad y recreación, e investigación, análisis y toma de decisiones. He aquí lo extraordinario, y tal vez lo preocupante. Digo, todo va muy rápido nuevamente. Mientras que en el 2024 los usos frecuentes de la IA generativa se distribuían entre esta diversidad de categorías, los tres primeros usos más frecuentes en 2025 se concentran en la categoría de personal y apoyo profesional. Esto quiere decir que, entre los norteamericanos y norteamericanas, el uso de IA generativa se destina, principalmente, a terapia y compañía, a la organización de la vida, y a la búsqueda de un propósito vital. La psicoterapia, la práctica moderna que se orienta a ofrecer ayuda, entre otras, para organizar y dar sentido a la vida, requiere de un o una psicoterapeuta que pueda establecer una conexión emocional, una aproximación y comprensión de la complejidad, y por sobre todo, un pensamiento creativo. Estas son las habilidades en las que supuestamente mostrábamos ventajas. ¿Qué significan estos hallazgos de Zao-Sander, entonces, en términos de la relación entre ventajas y desventajas relativas entre los humanos y la IA? ¿Qué implican para las personas que buscan, y tal vez encuentran como única oportunidad ayuda terapéutica en IA generativa? No quisiera cerrar la discusión con una respuesta, aunque quienes trabajamos profesionalmente y en investigación en psicoterapia, debiéramos tener prisa. El uso de IA generativas como apoyo terapéutico, así como lo fueron otras herramientas antes, pareciera naturalizarse de manera acelerada y, eventualmente, podrían hacerlo también sus costos en términos éticos y de resultados. Dr. en Psicología, Profesora Titular Facultad de Psicología UDP Directora de Escuela de Psicología Investigadora del

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Columna de Alemka Tomicic en El País: “Estrés político y la opción de dejar de enterarse”

Hace poco se me ocurrió comenzar la clase del curso de investigación que dicto todos los primeros semestres a estudiantes de tercer año de Psicología, leyendo una columna de actualidad nacional para estimular una conversación en la que pudiesen compartir sus diferentes visiones y debatir respetuosamente sobre estas. No recuerdo muy bien cómo fue que mis preguntas se dirigieron hacia la manera en que se informaban sobre lo que ocurría en el mundo y el país. Al poco andar, aprendí que no leían la prensa ni veían noticieros. Ni ellos ni sus familias, y menos aún discutían sobre esto. Déjenme aclarar algo. Mis estudiantes son jóvenes inteligentes, personas curiosas intelectualmente que se encuentran hoy pensando en problemas y preguntas de investigación de relevancia, sensibles a los requerimientos de la sociedad actual. No se trataba entonces de indiferencia, por lo que mi pregunta obvia, tal vez la más sencilla y la más importante, fue “¿por qué?”, ¿cómo se explicaba esta aparente falta de interés? La respuesta, aunque expresada de diferentes maneras, fue consistente: la situación política mundial y nacional no era más que desesperanza. No es ninguna novedad que la democracia y el valor de lo público, ya sea en Chile, en nuestros países vecinos, Norteamérica o Europa (solo por nombrar las regiones del mapa mundial de las que recibimos más información) ha experimentado un deterioro ostensible o un franco retroceso. Esto que vemos desde lejos y con cierto asombro en las políticas del presidente de los Estados Unidos, lo apreciamos también en casa en el debilitamiento de derechos y de la probidad de las instituciones. En este escenario, por supuesto que entiendo y, por momentos, comparto la desesperanza. ¿Pero solo se trata de eso? ¿Por eso dejamos de enterarnos? Zara Abrams, una investigadora norteamericana, plantea que el estrés político, puede ser una forma específica de estrés crónico, que se explica por un entorno político —y eventos relacionados— en que las personas perciben que, en términos globales, se encuentran amenazadas la paz y la seguridad social. Esta forma de estrés, señala Abrams y otros, puede ser expresada en preocupación, tristeza, desesperanza, indignación, malestar, ira y frustración. Todo esto es experimentado de manera individual, sin embargo, lo cierto es que, aunque no nos demos cuenta, el estrés político es una experiencia colectiva. Basta con preguntar para comprobarlo. Algunos ejemplos de esta forma de estrés son la preocupación por los resultados de elecciones y cómo estos se traducirán en cambios en la vida de las personas; los procesos de conflictos intergrupales y divisiones sociales (polarización); la exposición permanente a noticias en redes sociales y medios que intensifican conflictos y difunden fake news; y sentimientos de impotencia ante sistemas y estructuras políticas inalcanzables y que operan lejos de los intereses de la ciudadanía. De ahí que el estrés político no solo es una reacción a eventos puntuales, sino que da cuenta de un acumulado de experiencias en esta esfera fundamental de nuestra vida social, las que adquieren un carácter crónico, y que se pueden traducir en una evitación activa de estar al tanto de lo que sucede, como mis estudiantes. Y se entiende, ¿no? ¿Qué hacer? Siempre el riesgo con la psicología es la promoción de soluciones exclusivamente individuales; en este caso, sería algo así como que el remedio es peor que la enfermedad. Lo que señala la literatura, por supuesto, incluye acciones que podemos hacer a solas: regular nuestra exposición a las noticias, leerlas más que verlas, y ser selectivas y selectivos con los medios; también ejercitar ver el cuadro más amplio, que no es lo mismo que forzarnos a pensar positivo, más bien es esto que llamamos cultivar el pensamiento crítico. Pero, por sobre todo, la solución es justamente colectiva y, hasta cierto punto, política, aunque no necesariamente partidista. Esto quiere decir fortalecer espacios de discusión sobre el acontecer –como la sobremesa, la sala de clases, los recesos entre clases, el lugar de trabajo, los momentos con amigos y amigas— y buscar formas de involucrarse políticamente de manera creativa y constructiva. ¿Por qué es esto importante? Pues, no solo porque estas estrategias permiten manejar el estrés político, sino —más relevante aún— porque, si no lo manejamos, nos sustraemos de la realidad social, de nuestros compromisos cívicos, y dejamos de ofrecer resistencia a prácticas que erosionan el pacto democrático y de respeto de derechos que hemos establecido como sociedad. Columna publicada en El País el 24 de junio de 2025.

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