Columna | Mirando el 18-O desde la salud mental: Cuando la violencia doméstica se tomó la calle

Columna de Juan Pablo Jiménez publicada en Ciper Académico 

Créditos foto de portada: Migrar Photo

El 18 de octubre chileno ha sido analizado desde la Ciencia Política, la Sociología y la desigualdad económica. Esta columna lo mira desde la salud mental. Según el autor, el estallido y luego la pandemia nos enviaron a un mundo en que todo se volvió extraño e incierto. Si octubre fue un estallido emocional colectivo, el COVID-19 produjo una completa alteración del orden económico y social. El autor analiza los sucesos del último año y plantea una idea inquietante: la violencia que se ve en las calles es aquella que estaba creciendo en los hogares chilenos y que ahora arrasa con edificios, templos, museos y otros símbolos de nuestra identidad nacional.

En una época,

sólo la certeza me daba

alegría. Imagínense…

la certeza, una cosa muerta.

Louise Glück

 

La mayor virtud de un buen marinero es una saludable incertidumbre

Joseph Conrad

(Esta columna es una versión resumida y adaptada de la presentación que el autor realizó en el Festival Puerto de Ideas el 8 de Noviembre de 2020. Para ver la presentación original, ver el siguiente enlace).

 

Una vez, durante los largos días pandémicos de confinamiento invernal, cuando la percepción del tiempo se licuaba, salí a la calle y sentí algo cercano al pavor. Recordé aquellos días de mayo de 1986, cuando, estando en Alemania, recomendaban no salir a la calle para evitar ser contaminado con la nube tóxica de la explosión nuclear de Chernóbil y yo, incrédulo, me arriesgué a salir a dar un paseo en bicicleta. Después de algunas cuadras tuve que volver, pues me aterró encontrarme en calles totalmente vacías y silenciosas, calles que normalmente bullían de gente y actividad; me invadió la sensación siniestra de estar siendo testigo de la muerte de la humanidad.

Hoy se ha convertido en un lugar común afirmar que vivimos en tiempos inciertos. La incertidumbre la Real Academia de la Lengua la define en oposición a la certeza. Es la falta del conocimiento seguro y claro que se tiene respecto de algo;  como la ausencia de certeza, es un estado subjetivo, es el nombre que damos a la percepción que nos señala que no tenemos convicción o seguridad de que lo que se sabe es efectivamente verdadero. Entonces, se entiende inmediatamente que se acompañe de inquietud, de inseguridad y desasosiego, los sentimientos del ciclista que fui hace 34 años y que recordé este invierno.

Nuestro cerebro/mente siempre está anticipando (en un tipo de inferencia bayesiana[1]) lo que la próxima ola de sensaciones le comunicará. Se la pasa haciendo predicciones y actualizando sus creencias en función de lo que le transmiten los sentidos, e intentando minimizar las señales de error de predicción y así prevenir la sorpresa. El cerebro/mente es un órgano fantástico. Genera hipótesis y fantasías que le son apropiadas para tratar de explicar los innumerables patrones y el flujo de información sensorial que está recibiendo (Karl Friston).

Sin embargo, hay circunstancias en que los efectos dañinos de nuestras respuestas frente a la incertidumbre no pueden resolverse mediante una inferencia (bayesiana) exitosa. En ese caso, nos invade lo que los psicoanalistas hemos llamado “terror sin nombre” (Bion) y que Freud describió como “lo ominoso” (Das Unheimliche), lo no familiar, lo extraño.  Aquello que sabemos pero no podemos pensar (Bollas) porque se mantiene en algún nivel fuera de nuestra conciencia. A pesar de que no lo podemos expresar con palabras, se manifiesta en nuestras emociones, como ocurre con los recuerdos viscerales de interacciones con nuestros padres o cuidadores, que dan forma a quienes somos y definen nuestra respuesta a la incertidumbre en la vida adulta.

¿Cuánto de lo que dábamos por sentado como “normal” e imprescindible para nuestras vidas, la pandemia ha mostrado que en realidad no lo es? Si algo une al estallido y a la pandemia, es que ambos fenómenos nos situaron súbitamente en una situación en que lo familiar se volvió extraño, con lo cual las vivencias asociadas a ello se tornaron sorpresivas, inquietantes y sobrecogedoras.

La irrupción del dicho “la pandemia ha puesto en evidencia…” sólo es comparable al otro dicho que, después del “Chile despertó”, se convirtió en moda en los medios y en los conversatorios: ese que afirmaba que el gobierno, y toda la elite, “no ha entendido nada”. Y es que aquello que el estallido de octubre manifestó, fue luego puesto en evidencia por la pandemia, de tal modo que ya es cada vez más difícil seguir ocultándolo.

Los psicoterapeutas nos hemos visto envueltos en la incertidumbre reinante. Para quienes ejercemos la “profesión imposible” (como la definió Freud), no es infrecuente encontrarnos en situaciones en que no sabemos qué hacer frente a nuestros pacientes. Son situaciones extremas, de intensa carga emocional.  En estos tiempos de crisis social y política, de pandemia y cuarentena, nos envuelve una “inquietante extrañeza”. La primera “situación extraña” a la cual hemos debido adaptarnos es a la telepsicoterapia. Los pacientes han planteado reiteradamente la pregunta: “¿Cuánto durará esto? ¿Cuándo volveremos a la normalidad?”. Es la misma alarma que reverbera en las reuniones virtuales de supervisión con nuestras alumnas y alumnos del diplomado en psicoterapia (de la Corporación Salvador): “Profe, ¿qué le podemos decir a nuestras pacientes, cuando nosotras estamos en la misma situación, confinadas desde hace meses, en un espacio reducido con nuestras familias? Hemos aprendido a que tenemos que ‘contener’ a nuestros pacientes, pero, ¿qué significa contener en estos momentos?”.

La pregunta se vuelve a formular en el círculo de médicos y de investigadores; con avidez, leemos los informes científicos y las interpretaciones de quienes saben más que nosotros. Sin embargo, no logramos tranquilizarnos. En el grupo operativo de terapeutas, una alumna interviene: “Una paciente me dijo que quienes trabajamos en la Salud Mental estamos en la primera línea; pero, ella misma se interroga, ¿en la primera línea de qué?”.

Lee la columna completa aquí.