Científicos liderados por investigador MIDAP mostraron avances de estudio en universitarios chilenos para ver si tienen sensibilidad genética a factores ambientales que gatillen esta psicopatología.
29 enero 2018
Se llama Proyecto FONDECYT 1150166, lleva tres años en marcha y -como parte de su compromiso institucional- organizó este mes un simposio para difundir a la comunidad sus resultados iniciales. La investigación científica busca analizar la interacción entre genes y cultura en la sintomatología depresiva y el bienestar subjetivo en Chile.
“No toda la gente se deprime: hay algunos que se deprimen y otros que no. Por lo tanto, hay otros factores que también interactúan”, explica el dr. Juan Pablo Jiménez, psiquiatra, profesor de la U. de Chile e investigador de MIDAP.
“Hay factores psicológicos, de personalidad, de trauma temprano, de trauma reciente, nivel socioeconómico, una serie de otros factores. Y nosotros estamos estudiando esos factores, pero relacionándolos también con lo que se ha descubierto en los últimos diez años, que es que hay una vulnerabilidad genética y hay una cierta estructura genética que es más sensible al ambiente”.
El equipo multidisciplinario que lidera el dr. Jiménez –con profesionales de psiquiatría, psicología, genética y matemática avanzada- diseñó un estudio sobre una muestra de 700 estudiantes de ambos sexos, la mitad de Temuco y el resto de Santiago, pertenecientes a dos universidades.
Este grupo de la población es especialmente interesante porque permite examinar diversos aspectos que influyen en la depresión. Son jóvenes que están en una etapa de transición hacia la vida adulta: su desarrollo biológico está completándose, su vida sexual y afectiva ha comenzado, y se enfrentan al hito trascendental de conseguir la autonomía personal. Además, la entrada a la universidad los desafía a un estilo de aprendizaje distinto. También tienen sobrecarga horaria, cambios en el ciclo sueño/vigilia, y varios dejaron su hogar y su ciudad para ir a estudiar a otra parte. Eso sin considerar que, para una buena parte de ellos, entrar a la universidad aumenta las expectativas familiares.
“Entonces estamos frente a un caldo de cultivo para que emerja una serie de trastornos mentales, y dentro de ellos la depresión”, planteó el psicólogo José Luis Rossi, integrante del equipo.
“Si bien son elementos psicosociales, no son meramente elementos conductuales o relacionales, sino que van a impactar en las representaciones internas del sujeto, en la subjetividad, y comienza a haber una estrecha relación entre la respuesta de estrés y la vulnerabilidad al desarrollo de sintomatología depresiva”, explicó el profesional.
Cuando el ambiente modifica la genética
La psicóloga holandesa Linda Booij estudia epigenética desde hace diez años, y fue invitada a este simposio para dar a conocer sus hallazgos.
Ella trabaja en la Concordia University de Montreal, Canadá, y se ha especializado en el impacto del ambiente temprano en el desarrollo del cerebro en los niños, y cómo eso potencialmente puede conducir a un mayor riesgo de una enfermedad mental.
Ella explicó que -más allá de los cambios que el estilo de vida, de alimentación o el envejecimiento provocan naturalmente en nuestra genética- variaciones extremas de experiencias adversas -por ejemplo, traumas en la niñez temprana- pueden potencialmente tener efectos de más largo plazo en el epigenoma (las modificaciones que sufre el genoma de una persona por acción de sustancias externas a lo largo de la vida).
En una de sus investigaciones el equipo canadiense estudió muestras de hermanos gemelos.
“Los gemelos genéticamente idénticos son lo mismo en términos de su genotipo, pero lo que encontramos es que se diferencian en cuanto a sus epigenéticas: tienen el mismo genotipo pero igual se diferencian en la manera como en realidad sus genes se expresan. Han vivido juntos, pero aun así sus experiencias son individuales: talvez en sus vidas escolares, o en la manera como sus padres los trataban, etc. O sea, igual tienen diferencias”, afirmó la científica.
En el simposio Linda Booij también presentó estudios sobre el impacto de la epigenética en la aparición de problemas de salud mental, en específico depresión clínicamente diagnosticada.
“En un trabajo encontramos que los estudios de procesos epigenéticos llevados a cabo en esas personas deprimidas están vinculados con la manera en que sus cerebros funcionan, especialmente regiones involucradas con la forma como el cerebro procesa información emocional, el circuito frontolímbico”, explicó la experta holandesa.
Hacia una aplicación terapéutica
El proyecto Fondecyt consiste en examinar las condiciones ambientales y culturales en las cuales se desenvuelven los jóvenes, y paralelamente hacerles un análisis genético a partir de una muestra de sangre, para determinar si poseen o no ciertos marcadores que han mostrado vínculos con la depresión. Este trabajo de laboratorio empezó a hacerse ya en EEUU y en marzo recibirán los resultados.
“Vamos a tener una cantidad enorme de datos, y vamos a necesitar análisis matemáticos muy complejos. Para eso tenemos a un ingeniero matemático trabajando con nosotros”, dice el dr. Juan Pablo Jiménez, investigador de MIDAP que lidera el equipo. “Todos los análisis psicológicos los estamos haciendo, pero después tenemos que confrontarlos y plotearlos con los análisis genéticos. Entonces vamos a estar todo este año, y probablemente los años siguientes haciendo esos análisis, porque tenemos una cantidad de datos que caen ya en la categoría de big data”.
El objetivo final de este proyecto, y de los estudios de profundización que deberán hacerse en el futuro, apunta a establecer eventuales perfiles genéticos para determinar el mejor tratamiento individualizado de cada paciente.
“O sea, si le sacamos un perfil poligénico, le sacamos una muestra de sangre a una persona que está deprimida, podemos ver por ejemplo –de acuerdo a ese perfil- si esa persona va a funcionar mejor con psicoterapia, con qué tipo de psicoterapia, o con medicación. Esa es más o menos la idea”, concluye el científico.