Los estudios internacionales demuestran que 1 de cada 3 niños estaría implicado –siendo víctima, victimario o testigo– en alguna forma de acoso. Mientras que 1 de cada 5 en alguna forma de ciberacoso. Y es que el bullying como fenómeno ha estado presente siempre, pero recién en las últimas décadas se lo denominó, clasificó y empezaron los estudios. El psicólogo, académico de la Universidad Diego Portales e investigador joven de MIDAP y del Núcleo IMHAY, Álvaro Jiménez, explica que si bien el fenómeno ha variado a lo largo del tiempo, hay ciertas características que son definitorias: Para que se trate de acoso o bullying, tiene que haber una intención de dañar al otro. En segundo lugar, tiene que haber un desequilibrio de poder, porque el agresor es o físicamente más fuerte o tiene mayor influencia social que la víctima. En tercer lugar, tiene que ser repetitivo y sistémico y, por último, que predomine la ley del silencio. “Yo agrego esa cuarta definición porque es transversal a todos los casos; en esa lógica de asimetría de poder, tanto los participantes como los testigos se quedan callados y por ende se genera un círculo vicioso y se invisibiliza el acoso”, explica.
Al ser consultados los ciberacosados sobre sus reacciones frente a esta práctica, un 42% dice que prefiere ignorar lo que está pasando. Le siguen las opciones “decirle que se detuviera por el mismo medio” con un 27% y “hacerme daño” con un 27%. Esta última opción es indicada como reacción por el 47% de los ciberacosados entre 15 y 19 años. Mientras que pedir ayuda a terceras personas es una opción poco frecuente, ya que un 16% prefiere hablarlo con sus amigos, un 4% con sus padres y un 1% prefiere decirle a un profesor o inspectores. ¿Quién se hace cargo entonces?
Según explica Jiménez, son todas y todos los que deben hacerse cargo. En el caso de las escuelas es toda la comunidad escolar la que tiene que estar involucrada en la prevención y respuesta. “Hay que fomentar un uso responsable de las tecnologías y redes sociales, enseñar a proteger información personal y a resguardar la privacidad, lo que en caso de los adolescentes es difícil porque cuesta establecer ese límite entre el mundo virtual y presencial”, explica. “También los adolescentes tienen que saber que no hay que responder a los mensajes de acoso porque eso podría aumentar la espiral de ofensa, pero sí hay que buscar ayuda, por eso es tan clave socializar este tema y sacarle el tabú. Y por supuesto, no participar o fomentar las burlas por redes, sino que denunciarlas”.
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