El suicidio ha aumentado en un 60% durante los últimos 10 años en Chile. “Mal”, dice el doctor Jiménez, especialmente porque esta cifra se basa en su mayoría en víctimas adolescentes o jóvenes. Pero no tan mal como en Corea del Sur, donde ese porcentaje se eleva a un 240%. “Por eso es que son casos emblemáticos entre los países que integran la OCDE. De hecho, en nuestro país la depresión supera el promedio mundial de prevalencia, con un 17,2% entre la población general y un 25,7% entre las mujeres, según estudios realizados por el Ministerio de Salud”, añade.
El actual modelo médico sanitario apunta a una aproximación biosicosocial para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades y trastornos, lo cual, en opinión del académico, calza con la multicausalidad asociada a la depresión, “pero no encuentra dónde se producen los cruces o nodos entre estas causales”.
Por ese motivo, y en base al vasto conocimiento que se ha generado tanto a nivel del Doctorado en Psicoterapia, emprendimiento interinstitucional entre las universidades de Chile, Católica y de Heidelberg del cual es uno de sus gestores, como de su natural corolario, el Núcleo Milenio Intervención Psicológica y Cambio en Depresión -implementado entre 2012 y 2014- y del recientemente ganado Instituto Milenio de Investigación en Depresión y Personalidad, es que el doctor Jiménez espera encontrar respuestas respecto de la causalidad de esta patología en el cruce de variables genéticas y culturales, que medirán mediante exámenes de sangre y saliva, así como de diferentes test y encuestas no presenciales.
¿Individualistas o colectivistas?
Para este fin, contará con el apoyo y la participación de las universidades Católica, de la Frontera y del Desarrollo. “Constituiremos una muestra de 600 personas, compuesta por 150 estudiantes del área de la salud de cada plantel, incluida nuestra Universidad de Chile, voluntarios a los que se medirá la presencia de marcadores genéticos prosociales en sangre y saliva, y se les aplicará encuestas y pruebas orientadas a conocer qué tan colectivistas o individualistas demuestran ser”.
Y es que, por una parte, “hay una serie de neurotrasmisores y de hormonas que se han relacionado con la sociabilidad, como son la oxitocina, la serotonina, las endorfinas como opioides endógenos, que se ha descubierto que están relacionados con la depresión. Son la base de la química de la relación humana, y están regulados por una serie de estructuras genéticas. Por otra parte, también se ha descubierto que existe, más allá de una vulnerabilidad hereditaria, genes que determinan una sensibilidad diferenciada a cambios del medio ambiente y el medio cultural. O sea, se habla de genes prosociales”, explica el doctor Jiménez.
Por otro lado, añade, nuestra especie se formó hace dos millones de años cuando vivía en la estepa africana, competiendo contra otras especies homínidas, “pero la nuestra tuvo ventajas evolutivas porque desarrolló el lenguaje y, en relación con eso, una enorme capacidad de organización social y la capacidad de entablar relaciones íntimas de apego y de colaboración. El lenguaje, la inteligencia, se centran en torno al establecimiento de muy sofisticadas maneras de cooperación entre nosotros; por ello, mientras más antigua es una cultura, es más colectivista. Ahora, cuando el ser humano dejó de ser cazador-recolector y se asentó como agricultor, comenzaron a aparecer tendencias, más individualistas, porque empezó a desarrollarse el concepto de propiedad. Y esa cultura empezó a tener una presión evolutiva sobre la identidad genética. Ese proceso hacia el individualismo ha sido enormemente fuerte en Europa en los últimos 500 años y en todo el mundo en el último siglo, lo que coincide con el hecho de que los países que tienen un crecimiento más apresurado en lo económico, el cambio social es más rápido y por lo tanto la depresión y el suicidio aumentan más notoriamente. Siempre se van a ir reduciendo las características más colectivistas de una sociedad para dar paso a las más individualistas. De hecho, como resultado de las investigaciones realizadas en el marco del Doctorado en Psicoterapia, hemos concluido que la nuestra es una sociedad en transición, siendo muy colectivistas en algunos ámbitos y muy individualistas en otras”.
Si lo anterior se suma a que “investigaciones socioantropológicas, desde hace ya bastante tiempo, proponen que el aumento de la depresión y del suicidio se debe a sociedades que se desarrollan muy rápidamente, y en ese crecimiento acelerado cambian sus estructuras sociales y se pierde la cohesión social, las maneras tradicionales de relacionarse entre los seres humanos, las redes de apoyo, por lo que personas caen en una suerte de desamparo o desvalimiento, porque las familias antes eran extensas”, es que lo que falta es investigar el cruce de todas estas multicausalidades para comprender más sobre la depresión como trastorno del ánimo.
Así, explica el doctor Jiménez, “estudiaremos la interacción de ciertas estructuras genéticas, polimorfismos, con determinadas variables culturales. Por ello es que la muestra la componen 600 personas de cuatro diferentes universidades, de manera de abarcar la mayor dispersión socioeconómica, cultural y genética, a quienes luego de los exámenes de sangre y saliva, para buscar estos marcadores genéticos de sensibilidad diferenciada, aplicaremos encuestas y pruebas por internet para determinar cuán colectivistas o individualistas pueden ser, así como otros factores que pueden estar relacionados con la depresión, como es la percepción de inequidad”.
De esta forma, esta investigación “pretende entender y dimensionar la depresión como un problema nacional, y mostrar que ciertas formas de vivir y de relacionarnos están siendo muy nocivas. Va a servir para pensar políticas sociales, para reflexionar acerca de qué tipo de sociedad es la que queremos, hacia dónde vamos”, sentencia.
Fuente: http://www.med.uchile.cl/2015/10820.html#.VTjufFG3tuw.gmail