Director de MIDAP, Juan Pablo Jiménez, es reconocido como Profesor Emérito de la Universidad de Chile 

El jueves 18 de mayo se realizó, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, la ceremonia de entrega de la distinción Profesor Emérito a siete académicos y académicas de renombrada trayectoria profesional y docente en la universidad. Junto a Juan Pablo Jiménez, también fueron reconocidos los doctores Rodolfo Armas, Ítalo Braghetto, Luis Cartier y Luigi Devoto, y las doctoras María Eugenia Pinto y Cecilia Sepúlveda.

El decano de la Facultad de Medicina, Miguel O’Ryan, señaló que “el conocimiento y la ciencia son procesos de desarrollo continuo, cuyo hilo conductor debemos fortalecer permanentemente.  En esta solemne y significativa ceremonia, saludamos la continuidad de ese río. Reconocemos con todo el honor que merecen, la distinción que reciben los homenajeados, todos ellos académicos de la más alta jerarquía que han consagrado sus competencias y calidad humana a la formación de generaciones de estudiantes”. 

Por su parte, la rectora Rosa Devés, señaló que esta distinción “reconoce méritos y una trayectoria académica ejemplar”, y agregó que tiene una diferencia con otros reconocimientos, pues ser Profesor Emérito es “la renovación del vínculo con la Universidad; le pide a sus profesores y profesoras eméritas que permanezcan en ella para siempre. La institución las y los necesita”. 

Palabras de Juan Pablo Jiménez:

“Sra. Rectora, Rosa Devés, Sr. Decano, Miguel O’Ryan, colegas galardonados, en especial Cecilia Sepúlveda e Ítalo Braghetto, compañeros de generación, amigos y familiares. Permítanme algunas palabras de saludo y de agradecimiento, que esbocen lo que para mí significa este reconocimiento.

Cuando miro hacia atrás los casi 60 años de pertenencia a la Universidad de Chile, salta a mi memoria el recuerdo de cuando estaba en 2° año de Medicina y era dirigente estudiantil. Comenzaba el proceso de reforma universitaria. Un grupo de nosotros, que fuimos motejados como “ángélicos” por nuestra formación en los valores del cristianismo social y nuestra reticencia a sumarnos a los partidos marxistas históricos, fuimos convocados a la Casa Central a conversar con los dirigentes de la Fech. Al llegar a la Alameda apareció ante mí un cartel colgado en el frontis que decía: “Por una Universidad cuyo Norte sea Chile y las necesidades de su Pueblo”. Esa consigna me marcó y ha guiado mi carrera profesional y académica hasta el día de hoy. Mi compromiso con el movimiento estudiantil y la reforma fue total –ciertamente también influido por mi formación familiar. Fui elegido presidente del centro de alumnos y participé en las comisiones que reestructuraron la Facultad, algunas de cuyas instituciones resistieron los embates de la dictadura y prevalecen hasta hoy.

El golpe del 73, sin embargo, nos golpeó duro y cambió el curso de la vida de muchos de nosotros. Estuve un par de semanas preso, acusado de participar en el supuesto plan Z. Todos fuimos sobreseídos a los pocos meses. Mi diploma de médico, que mis compañeros recibieron en abril de 1974, lo recogió mi hermano mayor, también médico, ya que yo estaba en la cárcel de calle Agustinas. Dicen que cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. En efecto, al terminar un período de arresto domiciliario, me pregunté ¿Qué hacer? ¿Exiliarme con mi pequeña familia o quedarme en Chile? En 1974 las nuevas autoridades de la Facultad abrieron concursos para llenar las plazas que habían quedado vacantes por los académicos exonerados políticos. Conocedor del espíritu de muchos docentes, acudí a conversar con el secretario de la Facultad impuesto por la dictadura. Me dijo: “Juan Pablo, nos vamos a hacer los lesos contigo y te dejaremos postular al concurso de residencia en la Clínica Psiquiátrica, pero, si los servicios de inteligencia te vetan, no podremos hacer nada”.

¡Así resistió esta Universidad la Dictadura, gracias a la cohesión de sus comunidades y a las relaciones personales entre sus miembros! En el Hospital del Salvador y en el Hospital Calvo Mackenna, donde hice el pregrado, hasta los docentes que apoyaron abiertamente el golpe protegieron a nuestro curso. 2 Estoy muy agradecido de ese tiempo de formación y de mis profesores de entonces. Esos años volqué todo mi entusiasmo y curiosidad a estudiar Psiquiatría y Psicoanálisis, me apasioné por conocer al ser humano y me fasciné por una especialidad que cabalga entre la hermenéutica y la neurociencia. Sin embargo, insatisfecho por conocimientos que surgen solamente de la clínica y de una formación psicoanalítica que rechazaba el valor de la ciencia, gané en 1985 una beca para doctorarme en medicina en Alemania para así profundizar en los aspectos científicos de la especialidad. Allí estuve con mi familia, ya con tres hijos, hasta 1990, cuando mi hermano mayor, flamante ministro de salud del presidente Aylwin, me fue a buscar, en sus palabras, “para volver a reconstruir la democracia”. Mi tesis doctoral era altamente sofisticada para la época, y comprobé que era el único en Chile –y en Latinoamérica– que tenía formación en investigación científica en psicoterapia. Decidí entonces que dedicaría mi vida profesional y académica a formar una generación de investigadores en salud mental. Junto con un puñado de colegas, y ayudados por académicos que había conocido en Europa y los Estados Unidos, creamos en 1992 el capítulo latinoamericano de la Sociedad de Investigación en Psicoterapia. Ese grupo inicial no paró de crecer y desarrollarse. El año 2000 creamos, en conjunto con la Sociedad de Psiquiatría, el Congreso de Psicoterapia; es mismo año nació la Corporación Salvador como campo clínico colaborador de nuestra Facultad, que ha formado más de 250 psicoterapeutas y decenas de psiquiatras; en el 2007 dimos vida al Doctorado en Psicoterapia, que lleva ya casi 20 años de funcionamiento, en conjunto con colegas de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de la Universidad de Heidelberg en Alemania. ¡Vaya qué desafío fue coordinar un programa conjunto entre tres universidades con culturas administrativas tan diferentes! Agradezco enormemente el apoyo que recibí de la directora de Postgrado de entonces, nuestra actual rectora, Rosa Devés. Entre el 2000 y el 2013 fui director del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental Oriente y me alegra decir que 6 de nuestros académicos lograron el título de doctor en ese período, la mayoría en nuestro programa interuniversitario. También fui por 7 años profesor visitante de la University College London. Durante tres semanas al año compartí la docencia en una Escuela de Verano, donde acudían alumnos de los 5 continentes, con profesores de las mejores universidades del mundo. Fue desafiante para mí; volvía cansado pero feliz, con conocimientos actualizados para compartir con mis alumnos y colegas.

Todo esto fue hecho por muchos, quizás mi breve pero intensa experiencia como dirigente estudiantil y mi formación en dinámica de grupos, me sirvió para catalizar grupos de investigación cada vez más fecundos. Los últimos 12 años los he dedicado a colaborar, primero como investigador asociado en el Núcleo Milenio sobre cambio terapéutico en pacientes depresivos y, durante los últimos 5, a dirigir el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad. Este último encargo es la culminación de mi carrera académica y profesional. Desde MIDAP he vuelto a conectarme con el lema 3 que colgaba en el frontis de la Casa Central en 1968. Hemos formado a decenas de investigadores en salud mental que están repartidos en más de 10 universidades de Santiago y regiones. MIDAP ha producido una impresionante cantidad de conocimientos científicos sobre depresión, que en nuestro país tiene una prevalencia de un 20% mayor que el promedio mundial. Estos conocimientos están al servicio de la comunidad y son insumos para futuras políticas públicas. Fuertemente anclados en el campo interdisciplinario, empezamos estudiando los aspectos psicológicos del cambio terapéutico, pero desde ahí seguimos con estudios genéticos y epigenéticos. Pero todos los estudios particulares nos llevaron a reconocer el impacto de los determinantes sociales en la aparición y mantención de los trastornos en salud mental. Nuestros hallazgos confirman que no menos del 70% de los consultantes refieren haber sido víctimas de violencia en su infancia, psicológica, física o sexual. Ese hallazgo subvirtió en mi mente el modelo biomédico de la etiopatogenia en salud mental y me convenció que la academia debe levantar una voz que remueva la conciencia nacional en defensa de los derechos humanos y por la construcción de una sociedad menos violenta, más amable y solidaria.

Poco antes de morir, Goethe escribió: “Tomé y utilicé todo lo que se presentó ante mis ojos, mis oídos y sentidos… A menudo coseché lo que otros habían sembrado. La obra de mi vida es la de un colectivo”. ¡Cómo no agradecer, nuevamente, a esta Universidad por haberme permitido desarrollar mi vocación de servicio público! Veo una vida académica llena de logros que, por cierto, no son míos, sino de todos con quienes hemos trabajado para construir una Universidad cuyo Norte sea Chile y las necesidades de su Pueblo. Muchas gracias”

 

Felicitamos a Juan Pablo Jiménez por esta distinción, que reconoce su contribución tanto en el ámbito académico como de investigación y formación de profesionales al servicio del país.